Vivimos en un mundo que nos exige estar “bien” todo el tiempo. Ser fuertes, seguir adelante, producir y rendir, incluso cuando nuestro corazón está roto o nuestra mente saturada. Desde muy pequeños, muchas y muchos aprendimos que sentir miedo, tristeza o frustración era señal de debilidad, algo que había que ocultar o superar rápidamente. Cuando todo esto esta lejos del BienEstar del que yo hablo.
Pero en mi experiencia como terapeuta, y aún más profundamente en mi experiencia como madre, he llegado a comprender algo muy distinto: la vulnerabilidad no es debilidad. Es una fortaleza. Y la capacidad de tolerar el malestar y atravesar las incomodidades inevitables de la vida es una de las habilidades más importantes que podemos enseñar a nuestras hijas e hijos.
Cuando me convertí en madre por primera vez, llevaba conmigo todo el amor, la ternura y la entrega que muchas sentimos al tener a nuestro primer bebé. Pero también cargaba mis propias heridas, mis decepciones no sanadas y un profundo deseo de proteger a mi hija de cualquier tipo de dolor. Quería evitarle el sufrimiento, ahorrarle cada desilusión, cada conflicto con una maestra, cada tristeza con una amiga. Creí que estaba haciendo lo correcto. Hoy sé que también estaba actuando desde el miedo, el miedo a verla sufrir, el miedo a no saber cómo acompañarla.
Con los años, y también al acompañar a muchos padres y madres en mi consulta, me he dado cuenta de que esto es muy común. Queremos que nuestros hijos/hijas/hijes tengan vidas felices, sin sobresaltos. Pero muchas veces, ese deseo nos lleva a intervenir demasiado rápido, a rescatar antes de tiempo, a evitar que vivan las emociones difíciles en lugar de ayudarlos a transitarlas.
Y es ahí donde está la verdadera oportunidad: el malestar emocional no es algo de lo que siempre tengamos que protegerles. Es algo que necesitamos enseñarles a atravesar.
Porque es justamente en esos momentos, cuando no fueron invitados a un cumpleaños, cuando reciben una calificación que no esperaban, cuando una relación de amistad cambia o una autoridad escolar no actúa con justicia, cuando nuestros hijos/hijas/hijes comienzan a desarrollar el músculo de la tolerancia al malestar. Y ese músculo es esencial para convertirse en adultos resilientes, emocionalmente ágiles y auténticos.
En psicología, hablamos de regulación emocional y tolerancia al malestar como habilidades fundamentales para el bienestar a largo plazo. Diversos estudios muestran que los niños, niñas, niñes que aprenden a estar con sus emociones, en vez de evitarlas o negarlas, tienen más herramientas para resolver problemas, confiar en sí mismos y establecer relaciones más sanas.
Y aquí volvemos a la vulnerabilidad. Practicar la vulnerabilidad implica acompañar con presencia las partes de nosotros que duelen, sin huir. Implica poder decir: “Esto es difícil, y está bien que así sea.” No se trata de dramatizar cada dificultad, sino de no minimizar lo que sentimos ni lo que nuestros hijos sienten.
Como adultos, muchos de nosotros todavía estamos aprendiendo esto. Todavía estamos sanando la creencia de que “estar bien” significa no mostrar emociones. Pero cada vez que nos permitimos sentir, con autenticidad y sin vergüenza, les mostramos a nuestros hijos/hijas/hijes que también pueden hacerlo y de esa manera aprender a transitar esas emociones.
Y muchas veces, eso es todo lo que necesitan: un adulto que pueda estar, que no se asuste ante su llanto, que no necesite que estén felices todo el tiempo, que sepa acompañar sin querer solucionar cada cosa de inmediato.
Yo siempre les digo a las familias que acompaño: el malestar no es el enemigo. Es el maestro.
Y sigo volviendo a esta verdad: cuando dejamos de huir de nuestras emociones, cuando dejamos de escondernos detrás de la productividad o la imagen de fortaleza, abrimos la puerta a lo que realmente nos sana: la conexión, la empatía y la humanidad compartida.
Así que comencemos por nosotras. Observemos el impulso de proteger o de evitar, y preguntémonos: ¿Qué está aprendiendo mi hija, mi hijo, mi hije en este momento? ¿Qué capacidad está creciendo aquí?
Acompañar no es evitar el sufrimiento, es estar presentes en él. Y ese es uno de los regalos más grandes que podemos ofrecer.
Por Ana Rivera
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